Buena literatura, mala literatura

Jarvis Cocker, el cantante de Pulp, ha escrito un libro: Good Pop, Bad Pop. Lo presenta en Barcelona el sábado 25 de octubre en Kosmopolis, el festival de literatura amplificada del CCCB, coincidiendo con la publicación de la traducción al castellano, Buen Pop, Mal Pop, editada por Blackie Books.

Quizá para algunos Jarvis Cocker no sea un verdadero escritor, aunque haya escrito un montón de letras de canciones (y guiones de radio en la BBC) y a Bob Dylan le hayan dado un premio Nobel por las letras de sus canciones. Pero escritor es quien escribe. Y lo que está claro es que Jarvis Cocker es un artista. Y el libro que ha escrito va sobre la creación. Y la creación no entiende de disciplinas. Y menos si te has criado en la Inglaterra de la eclosión del punk, como es el caso. El objetivo del libro de Cocker es compartir algunas experiencias alrededor de su formación como artista para animar a cualquiera a que despierte su potencial creativo. Y lo consigue de una manera ciertamente original.

En una casa donde hacía décadas que ya no vivía, Jarvis Cocker guardaba en un altillo un montón de objetos que habían ido a parar allí por razones de todo tipo. Un día, obligado por las circunstancias, Jarvis Cocker tiene que llevarse de allí todos esos objetos. Al enfrentarse a tener que decidir qué guarda y qué tira, Jarvis Cocker se enfrenta también a su pasado, a su infancia y primera juventud (¿a quién no le ha pasado algo así?). A través de esos objetos, que fotografía para ir mostrándonoslos a sus lectores, conoceremos un montón de historias sobre la vida de su autor, sobre el ambiente de la Inglaterra de la época Thatcher y sobre sus primeros pasos creativos con su banda Pulp.

Y es que uno de los primeros objetos con los que se enfrenta es un cuaderno escolar, heredado de su madre, en el que un todavía niño Cocker esboza las líneas generales de lo que debería ser un grupo pop que ya entonces Cocker bautiza con el mismo nombre que acabaría adoptando en el futuro: Pulp. Y lo más divertido es que lo primero que el niño se esfuerza en imaginar, y describir hasta el más mínimo detalle en esa libretita, es cómo irán vestidos los componentes de ese grupo. Entre otras cosas, porque de música Cocker aún no sabía casi nada. Pero empujado por el espíritu del punk que flota a su alrededor en esos momentos, Cocker busca esa música prohibida (censurada en la mayoría de las emisoras) y la encuentra en el programa de John Peel de la BBC. Horas y horas después de escuchar esa y otras muchas músicas que John Peel pincha en su programa, Cocker, aún menor de edad, montará un grupo con sus colegas que se reunirá para ensayar cada viernes por la noche en su casa. Los inicios son desastrosos porque nadie tiene ni idea de cómo funciona el asunto pero, después de unos cuantos meses insistiendo, el grupo debuta con un primer concierto en el colegio y una película casera protagonizada por los miembros del grupo.

Luego vendrán un montón de objetos más relacionados con otras tantas aventuras y anécdotas, que Jarvis Cocker acaba conectando siempre con el tema que sobrevuela el libro constantemente: la creación. Por ejemplo, aquella vez que, para impresionar a una chica, Jarvis Cocker se colgó por el exterior de la ventana del apartamento de su amiga, intentando reproducir un truco que vio en una fiesta en el que un tipo salió por una ventana para entrar inmediatamente por la ventana de al lado. Sólo que en este caso Cocker se cae de unos cuantos pisos de altura y acaba pasando una buena temporada en el hospital para recuperarse, durante la cual tiene una revelación relacionada con, por supuesto, la creación. O aquella vez que, entrevistando a Leonard Cohen, le pregunta sobre el secreto para escribir una canción pero Cohen le responde que hay una regla no escrita que dice que no se puede desvelar el sagrado secreto de la creación. Cocker escribe un libro sobre la creación sin desvelar ningún secreto porque tiene en cuenta tanto las palabras de Cohen como las de David Lynch, que lo primero que hizo cuando fue a psiconalizarse por primera vez fue preguntarle al psicoanalista si el psicoanálisis podría afectar a su potencia creativa y, cuando el psicoanalista le dijo que, sinceramente, sí podía influir en eso, David Lynch se levantó y se fue para nunca más volver.

Leyendo otra de las anécdotas del libro me acordé de Nilo Gallego, conocido por su trabajo en el mundo de la performance pero que comenzó como batería de grupos de rock. Jarvis Cocker cuenta que presenció la actuación de un grupo que tenía como cantante a un tipo (no da nombres) que, imitando al cantante de The Who, Roger Daltrey, se puso a mover el micro como si fuese el lazo de un vaquero en un rodeo, cogiéndolo por el cable y volteándolo por encima de su cabeza, cada vez más peligrosamente cerca del público, hasta el punto de que los miembros de su banda tuvieron que agacharse para no ser golpeados por ese objeto que se movía en el aire durante un tiempo a todas luces excesivo porque, básicamente, el cantante no lo había ensayado y no tenía ni idea de cómo salir dignamente de la performance en la que se había metido. Eso mismo hacía Nilo Gallego cuando lo vi por primera vez en una de las ediciones de las Noches Salvajes que organizaba La Porta: voltear un micro sobre su cabeza y cada vez más cerca de las nuestras, en el mismo hall del CCCB que en unos días recibirá la visita de Jarvis Cocker, pero en el año 2007, en el centro de un linóleo blanco rodeado de público por los cuatro costados mientras por los altavoces retumbaba el viento que hacía sonar al micro. Tuve la oportunidad de comentárselo al propio Nilo Gallego hace unos días, en Terrassa, durante el festival TNT, en el que él participaba, y me dijo que sí, que efectivamente era un homenaje a Roger Daltrey, que él fue mod y le encantaba The Who. Y que él no para de hacer homenajes de ese tipo en su trabajo pero que a veces parece que los homenajes a los artistas del rock o del pop no son lo suficientemente prestigiosos para el mundo del arte moderno. No sé por qué, me dijo.

No quedan entradas para la sesión de Jarvis Cocker en el Kosmopolis pero sí quedan aún para muchas otras actividades del festival, que este año aborda tres ejes temáticos, la literatura oceánica, la cultura contemporánea marroquí (el artista, pintor y escultor, además de escritor, Mahi Binebine será entrevistado por su traductor al catalán Manuel Forcano) y la libertad de expresión (el miércoles Salman Rushdie participará por videoconferencia), a través de diálogos, coloquios, recitales, performances, instalaciones y conciertos. Aún quedan entradas para ver a Enrique Vila-Matas y Rodrigo Fresán dialogando a partir de Moby Dick de Herman Melville y Dama de Porto Pim de Antonio Tabucchi, también para el itinerario poético de Marc Caellas y Estaban Feune de Colombi, que llevará al público hasta la desembocadura del Besòs, o para ruido ê (the film), un documental-musical dirigido por la artista Silvia Zayas, a partir de una investigación sobre las rayas eléctricas Torpedo torpedo (una especie que se encuentra en abundancia en áreas submarinas urbanas del Mediterráneo catalán), un proyecto que no entiende de disciplinas porque lo “fílmico funciona como coartada para tejer redes de trabajo con científicos, buceadores y artistas en torno a cuestiones de percepción, vulnerabilidad y resistencia” y del que algunos recordarán el avance que pudimos ver en la penúltima edición del festival Sâlmon.

Imagen de ruido ê (the film), la película de Silvia Zayas

Rubén Ramos Nogueira

Publicado en Teatron