Kosmopolis: no solo Krasznahorkai

László Krasznahorkai (© Hartwig Klapper)

Hasta la semana pasada, László Krasznahorkai solo era un nombre más dentro de la larga lista de escritores incluidos en el programa de la nueva edición de Kosmopolis, la fiesta de la literatura amplificada que el CCCB acoge cada dos años y que se celebra del 22 al 26 de octubre. Pero desde finales de la semana pasada László Krasznahorkai es el nuevo premio Nobel de Literatura.

László Krasznahorkai publicó su primera y más famosa novela, Tango satánico, en 1985, en húngaro, cuando tenía poco más de treinta años. Edicions del Cràter acaba de publicar la traducción al catalán, Tango satànic, traducida por Carles Dachs. En 2017 Acantilado publicó la traducción al castellano de Adan Kovacsics. Está agotada pero probablemente no tardará en reeditarse, gracias al Nobel. Mientras tanto la podéis encontrar en bibliotecas (mañana mismo, en cuanto devuelva mi ejemplar, tendréis uno más disponible en la red de bibliotecas de la Diputació de Barcelona). El cineasta Béla Tarr, amigo de Krasznahorkai, adaptó la novela al cine con la ayuda del autor (que firma el guion). La película, Satántangó, se estrenó en 1994, está rodada en blanco y negro y dura siete horas. La podéis ver en Filmin, por ejemplo. Salvo contadas ocasiones, las adaptaciones de novelas al cine (o al teatro) suelen convertirse en experiencias decepcionantes si se ha disfrutado primero de la lectura del libro. Satántangó, curiosamente, podría ser una excepción a la regla. La película es muy respetuosa con la novela, la sigue muy de cerca, utiliza parte de su texto, mantiene su estructura en doce capítulos y en muchas ocasiones parece querer de verdad traducir en imágenes cada frase escrita. Una de las gracias de leer la novela y a continuación ver la película es observar cómo se las ingenian entre Béla Tarr y László Krasznahorkai para conseguirlo. El trabajo es minucioso. Hay un absoluto desprecio por lo que mandaría la convención en estos casos (recortar, suprimir, abreviar, resumir). En cambio, hay un cuidado exquisito por los detalles, por transmitir el ambiente un tanto alucinado del libro y por el tempo. Quizá por eso dure siete horas (si la novela tiene trescientas páginas, sale a algo así como un minuto y medio por página). Siete horas seguidas, según cómo, pueden ser una sobredosis pero también pueden convertirse en un tratamiento de shock contra la aceleración contemporánea. Sobre todo porque el ritmo de la película, como el del libro, es deliberadamente pausado, contemplativo. Aunque no por eso menos estimulante, porque el libro está repleto de juegos de todo tipo (formales, especulares, alegóricos) que la película recoge al tiempo que da espacio al espectador para que los capte y los procese sin prisas. Pero hay que llenar los pulmones de aire para acompasarse con el ritmo propuesto: en el caso de la novela, doce inmersiones en sendos capítulos de treinta páginas sin un solo punto y aparte (un poco como este largo párrafo en su homenaje). Para hablar del final de una civilización (aunque no se alude a él explícitamente, el final del comunismo, pero da igual, curiosamente: no en sus detalles pero sí en esencia, suena actual), de la esperanza y la desesperanza, del culto al líder, de lo ilusorio y de lo que se oculta, de la casi siempre conflictiva relación con nuestros semejantes, de lo visible de esa relación pero también del hilo invisible, como de tela de araña, que nos une a todos los seres que poblamos el planeta. Yo he hecho la prueba de sustituir durante un par de días el consumo de vídeos de Youtube y redes sociales por el visionado intensivo de Satántangó, inmediatamente después de la lectura de la novela, y no me atrevo a recomendarlo pero a mí me ha sentado de fábula. Para empezar, parecía imposible. Pero no solo es posible sino que, por lo que sea, me siento menos sucio. A pesar de la cantidad de barro que impregna la novela y la película. O quizá precisamente por eso: un poquito de destrucción de vez en cuando siempre viene bien.

Hasta hace dos días, Krasznahorkai era un autor relativamente desconocido por estas tierras. La sesión de Kosmopolis en la que participará no acababa de vender sus entradas. Si no le llegan a dar el Nobel quizá hubiese pasado desapercibido entre tanta programación. Ahora tendrá que lidiar con ese culto a la personalidad que tan bien retrata en su Tango satánico. Le deseamos buena suerte con eso. Mientras tanto, podemos disfrutar de otras sesiones de Kosmopolis, como la de la búlgara Kapka Kassabova y la catalana de origen rumano Corina Oproae, moderada por el escritor y periodista Jordi Nopca, que se centra en la contraposición de estrategias de ficción y no ficción para abordar el pasado propio (en una lengua diferente de la materna, en inglés en el caso de Kassabova y en catalán y castellano en el caso de Oproae). O la de María Reimóndez, Sara Guerrero y Blanca Llum Vidal, moderada por la investigadora y experta en literatura gallega (otro de los ejes de la programación) Helena González, sobre escrituras disidentes y políticas, donde posiblemente Raimóndez aborde cuestiones como las marcas de género y los dejes colonialistas que se nos escapan a la hora de traducir. O la de la escritora coreana Mirinae Lee (Corea es otro de los temas de esta edición), autora de Las 8 vidas de una centenaria sin nombre (Salamandra, 2025), sobre la vida de una nonagenaria coreana desde la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad. O la de Didier Eribon, que a partir de su experiencia personal (un intelectual francés de origen humilde que se aparta de su familia y vuelve a reencontrarse con ella años después), intenta explicarse por qué cuando dejó de tratar a su familia aún votaban al Partido Comunista y en cambio unos años después se los encuentra convertidos en votantes de la ultraderecha, todo un temazo del que quizá aún no hemos hablado lo suficiente y en el que Francia nos lleva unos años de ventaja que pareciera que vamos acortando a pasos agigantados.

Publicado en Teatron

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *