Anfaegtelse, Angélica Liddell en La noche en blanco

Anfaegtelse
Angélica Liddell
Sábado 13 de septiembre de 2008
La noche en blanco
DT Espacio Escénico. Calle de la Reina, 9, Madrid

Lo mejor de la noche en blanco en Madrid es que cierran el centro al tráfico y la gente ocupa la calle toda la noche. Eso es difícil de superar. Ni siquiera lo consiguió el funambulista que tenía que atravesar la calle Alcalá sobre un cable que cruzaba la calle desde lo alto de la sede del Instituto Cervantes hasta la otra punta (sin red), que no salió al final por culpa del viento. Unos minutos después de la una de la madrugada (hora prevista de la acción) no se podía ni caminar por la calle de la gente que había. Cuando ya hacía más de 20 minutos que debería haber salido y no salía porque el cable se tambaleaba de mala manera se comenzaron a escuchar gritos de Cobarde, cobarde, lo cual supongo que justifica que Angélica Liddell llame hijos de puta a su público cada vez que tiene la oportunidad de colocarse en un escenario. Pero no estoy seguro porque por lo que he visto en sus últimos espectáculos el público de Angélica suele aplaudirla al final aunque lo insulten, y sin rechistar. Bueno, alguno se le ha rebotado alguna vez, me han dicho.

Angélica Liddell presentaba Anfaegtelse en DT Espacio Escénico, un espacio pequeño pero suficiente para las 20 personas o así que cabían por pase (en principio había pases entre las 11 y las 2 de la madrugada, más o menos). Antes de entrar a la actuación podías ver unas fotografías colgadas en el vestíbulo y un vídeo en una tele pequeña. Adentro nos esperaba Angélica sobre algo así como carbón en piedra esparcido por el suelo, una mesa de sonido, su ipod, un micro, una tejedora y unas letras proyectadas en la pared que decían: Bach en alemán quiere decir río. El público sentado en dos bancos, en la entrada, a lado y lado y los que no cabían sentados en el suelo.

Lo primero que llamó mi atención, después de tropezarme con Melanie Olivares (Paz en Aída) entre el público, fue la obsesión de Angélica Liddell con Bach. No recuerdo si en El rey Ricardo también pero en La Desobediencia: 3 Acciones, que presentó en La Laboral de Gijón en julio, utilizaba música de Bach por un tubo, recuerdo La Pasión según San Juan, por ejemplo, y cantaba por encima de ella como también cantó en Anfaegtelse. En este caso, el hit era el Andante del Concierto Italiano (el movimiento lento), una pieza para teclado solo con una melodía desnuda y desgarrada arropada sólo por un acompañamiento lento e hipnótico sostenido por la mano izquierda en los graves. Lo repitió dos veces. Con Angélica cantando sobre él o moviéndose en el suelo, arrastrando las piedras con sus piernas, uniéndose al ritmo del bajo, o con un vídeo proyectado, con Angélica, una pelota de fútbol y un río, al estilo bucólico Liddell de algún otro vídeo de La Desobediencia. La música de Bach que escoge Angélica es de una belleza extrema. En los últimos 2 meses ha sido en espectáculos de Angélica Liddell cuando me he descubierto pensando porqué no escucho más a Bach. Pues Angélica me respondió en Anfaegtelse: ella dice que nos ocultan la música de Bach para que no escuchemos algo tan sublime, que ante esa música nada se le puede comparar. Algo así, no lo recuerdo muy bien, la próxima vez llevaré una libretita y me lo apunto. El tema Bach fue una de las dos cosas que más me gustaron y con las que me quedo.

La otra fue los extractos de las cartas de amor que nos dijo que David le enviaba y que nos leyó en su más puro estilo malditos-hijos-de-puta: Me gustaría quemarme a lo gonzo enfrente de tu embajada, por ejemplo. ¿David Fernández? ¿A quien al final dedica el espectáculo? David Fernández mientras tanto estaba jodiéndose vivo con 1.000 putas velas, delante del Reina Sofía. Y sabemos que subastaba las bragas de Angélica Liddell en ebay porque nos lo contó Tina Paterson. Así que debe de ser él, lo cual me lleva a otra reflexión. Que Angélica Liddell salga en escena y hable en primera persona y hable de su vida ¿quiere decir que está hablando de la realidad o se lo inventa? ¿Estamos ante un nuevo caso de lo que los del Babelia llaman autoficción? Llega un poco tarde este debate, ¿no? Pero lo saco a colación porque leyendo el Babelia, igual que la crónica de Sebastià£o Milaré sobre las nuevas tendencias escénicas españolas, pienso que es verdad que hace tiempo que hablar desde el Yo y utilizar las vivencias personales es algo que veo mucho en escena. A mí, en principio, también me da igual si el material que utiliza es realidad o ficción pero, ¿entonces por qué en seguida despierta tanto morbo si es el David Fernández que conocemos o no o si el padre de Angélica fue militar y lo que dice Angélica que le pasó le pasó a ella o es ficción? ¿Eh? Supongo que somos todos unas marujas morbosillas y no lo podemos evitar.

De todas maneras a mí el psicoanálisis en escena de Angélica Liddell me resulta pesadito, la verdad, sea realidad o ficción. Entre La Desobediencia y Anfaegtelse ya tengo suficiente sobre sus historias familiares tipo Mamá, te odio. Y tampoco tengo especial interés en ver cómo se vuelve a cortar por debajo de las rodillas con la cuchilla para desangrarse un poquito, que ya lo había visto en La Desobedicencia. Pero esto es sólo mi gusto personal, Bach también reciclaba mucho en sus obras con copy/pastes que nadie le tiene mucho en cuenta. Tenía que producir. Al menos Bach no nos llamaba hijos de puta, ¿por qué eres tan simpática, Angélica, cariño? Ay, ¡qué bicho! No te contesto porque sé que te gusta, guarrilla.

Sigo pensando que Angélica se lo curra, tiene todos mis respetos, voy a verla, me leo sus textos (editados en la Colección Pliegos de Teatro y Danza) y hasta la escuché en uno de los programas de à€rea de text de Area Tangent en ComRà dio porque siempre encuentro algo que me interesa. Y esto ya es mucho, cierto. Pero me aburre su psicoanálisis escénico, su desmesurado ego (¿me lo invento?) y sus provocaciones, suponiendo que lo sean, que igual no lo son en absoluto porque a mí y a unos cuantos más me parece que no nos producen más que relajada indiferencia. Desde aquí te lo digo, Angélica Liddell: volveremos a vernos las caras, maldita hija de puta.