
En la entrada a la exposición “En el aire conmovido…” , que se puede visitar en el CCCB hasta finales de septiembre, podemos leer estas palabras de su comisario, Georges Didi-Huberman:
Un día que releía el Romancero gitano, cuatro palabras reunidas por Federico García Lorca me impactaron de inmediato: “en el aire conmovido”. De este simple “encuadre”, en cierto modo se elevó una hipótesis aparentemente arbitraria, centrada únicamente en la reunión del “aire” y la “conmoción”. Ahí había dos elementos invisibles, dos movimientos volátiles que a menudo se nos escapan: uno atmosférico (el aire), el otro psíquico (la conmoción). También estaba ese niño que “mira mira” la luna, que es conmovido por ella: no directamente por la cosa vista, sino más bien por esa cosa vista en el movimiento del “aire”, que se convierte, entonces, en el propio medio de la mirada, de la emoción, del deseo.
Con esta exposición se intenta pues proponer una experiencia poética, siguiendo paso a paso algunas frases de Federico García Lorca y vinculándolas con su propia noción estética del duende. Esta experiencia se sostiene sobre ciertas hipótesis filosóficas y asociaciones históricas ampliadas más allá de España, como en lo que respecta a la presencia de Goethe y Nietzsche, a quienes Lorca tomó prestadas, para adaptarlas, las nociones de lo “demoníaco” y lo “dionisíaco”. Sin duda, la noción del duende aparecerá, a veces, bajo una luz anacrónica: ¿qué hace Israel Galván cerca de Franz Kafka o de Henri Michaux? ¿Qué línea puede trazarse entre un Desastre de Goya, un montaje fotográfico de Bertolt Brecht y un plano cinematográfico de Béla Tarr? La colisión de tiempos solo indica aquí la pervivencia de una pregunta planteada, específicamente, por Friedrich Höderlin: “¿Para qué poetas en tiempos de penuria?”. Seguir a Lorca en esta pregunta es devolver a la mirada del niño toda su doble potencia de tragedia y utopía: incluso cuando se trata de los niños del gueto de Varsovia, de los niños de Hiroshima, de Alepo, o de los niños cuya vida se desprecia hoy en todo el Mediterráneo.

He copiado aquí estas palabras porque Didi-Huberman lo cuenta tan bien que yo no podría hacerlo mejor. Además, con esa presentación está casi todo dicho. Didi-Huberman tiene 71 años, goza de un gran prestigio, un reconocimiento enorme y, por tanto, puede permitirse hacer lo que le dé la gana en el mundo del arte con el respaldo de grandes instituciones que le encargan exposiciones como esta y que consiguen que otras muchas prestigiosas instituciones cedan las obras que custodian con celo para montarlas (por cierto, la mitad de las obras de la exposición son diferentes de las de la versión presentada hace unos meses en el Reina Sofía). Y eso es exactamente lo que hace en esta monumental exposición repleta de maravillosos objetos artísticos (más de trescientas piezas) de artistas y pensadores de todos los tiempos: Lorca, Goethe, Beethoven, Scarlatti, Camarón, Tarr, Pasolini, Rimbaud, Goya, Dalí, Miró, Picasso, Duchamp, Darwin, Beckett, Freud, Nietzsche, Artaud, Cartier-Bresson, Hugo, Klein, Brecht, Capa, Erice, Farocki, Avedon, Giacometti, Colita… Solo he puesto unos cuantos nombres al azar porque la lista completa es para marearse.
Me da la impresión de que, a pesar de que Didi-Huberman lo cuenta todo muy pero que muy bien (y lo pongo sin comas igual que Lorca escribe el niño la mira mira, sin coma en el manuscrito original, un detalle conmovedor que Didi-Huberman señaló apuntando su dedo a la coma del poema que cuelga en una de las paredes de la exposición durante la visita guiada que nos hizo a los medios el día de la inauguración) y de que todo el recorrido de la exposición está perfectamente conectado, si, en vez de haberse quedado pensando en esas cuatro palabras escritas por Lorca, la conmoción le hubiese asaltado por cualquier otro flanco, al agitar su espíritu le hubiese salido una exposición equivalente e igual de fascinante, para la cual hubiese podido aprovechar muchas piezas que aparecen en esta. Porque es tal la cantidad de referencias que maneja, el macrocosmos artístico-cultural del que se ha alimentado durante toda una vida dedicada a su estudio, que si agitásemos el microcosmos de Didi-Huberman provocándolo con cualquier chispa el fuego abrasador que surgiría de ahí llenaría un CCCB y un Reina Sofía juntos, además de todo un ciclo de películas en la Filmoteca de Catalunya, quien también le dedica una exposición centrada en su manera de trabajar, en su taller.
Y todo esto sin necesidad de justificaciones teóricas de filósofos de moda (para eso se sobra y se basta) ni tendencias del momento, solo tirando de cuatro palabras sacadas de un poema de Lorca, que ni siquiera es de los más rebuscados sino más bien uno de los que, como el mismo Didi-Huberman recordaba, incluso te enseñan en el colegio. ¿No es maravilloso que algo así suceda en los templos del arte moderno y de la cultura contemporánea? A mí me lo parece. La lástima es que no pase más a menudo. Y que tengas que rondar los setenta años y gozar de un prestigio custodiado por los dioses del Olimpo para que todas las barreras del arte y la cultura contemporánea que impiden que la pura intuición se desarrolle, esa intuición que Didi-Huberman relaciona con la infancia, caigan a tus pies.
Esta es una exposición sobre la ética de la emoción. En ese sentido, me parece curioso las líneas que se dibujan en una de las salas de la exposición: el intento de alfabetización de las emociones, desde los jesuitas hasta Freud, contra la línea emancipatoria de esas mismas emociones, una línea en la que se incluye a poetas como el propio Lorca y a músicos como Beethoven o Scarlatti, mostrando partituras originales de estos últimos y el manuscrito completo del borrador de la conferencia de Lorca sobre el duende. Todas las artes son capaces de duende, pero donde encuentra más campo, como es natural, es en la música, en la danza y en la poesía hablada, ya que estas necesitan un cuerpo vivo que interprete, porque son formas que nacen y mueren de modo perpetuo y alzan sus contornos sobre un presente exacto. Lo dijo Lorca en su conferencia sobre el duende.

© VEGAP, Barcelona, 2025. Montaje fotográfico a partir del vídeo
Didi-Huberman sostiene que esta exposición trata sobre la supervivencia de la felicidad infantil, a pesar de todo, de la alegría como forma para la crítica, para no perder la esperanza. Lorca decía que hay que mirar con ojos de niño para pedir la luna. Aunque sean niños que han vivido la explosión de la bomba atómica, niños que se han hecho mayores y pintan cuadros a partir de un recuerdo tan horroroso e imborrable como ese, con la esperanza de que jamás vuelva a repetirse.
A Lorca, como a Pasolini, le mataron pero nos acordamos de sus poemas. Pero, como nos recuerda Didi-Huberman, ¿quién se acuerda de un solo discurso del jefe de sus asesinos?
Publicado en Teatron